Blogia
El eterno aprendiz de Sentmenat

General

Campions!

Campions! ¡Felicidades, Barça! ¡Felicidades, culés! Ya tenemos la 17.ª.

Espero que a los amigos del F.C. Barcelona no les importe que haya tomado esta foto de su web que me parece la más adecuada para celebrarlo.

La banda sonora de nuestra vida

No recuerdo cuál es la emisora de radio que tiene esta frase como eslogan. Sin duda, acertaron en su estudio de mercado para concretar el "target" y desarrollar su campaña publicitaria. Y aquí estamos, moviendo un dial, o poniendo un CD recién comprado en los estantes de saldos, o bajando discografías por el e-mule (eh... esto no lo he dicho, ¿vale?), y cada canción que oímos resulta ser un depósito de recuerdos, unos buenos, otros no tanto, pero pertenecientes a un pasado que, por lo menos yo, atesoro como oro en paño en un cofrecito bajo la corteza de las preocupaciones diarias, en eso que viene a llamarse memoria de larga duración. Allí donde no fueron a parar las asignaturas de la carrera, por desgracia...

Por otro lado... Por otro lado, cuando no es una sino unas cuantas emisoras las que usan eslóganes similares, estaciones que no acostumbraba a escuchar y que ahora llenan sus parrillas de éxitos de los setenta, ochenta y noventa (y acabo de borrar el adjetivo "antiguos" que había escrito delante de "éxitos"), y descubro que he llenado las memorias de la radio con ellas, es entonces cuando realmente noto el paso del tiempo.

Vendrán otros tiempos, otros artistas y otras canciones que arrebatarán a quienes están viviendo ahora lo que, en unos años, formará parte de sus recuerdos, y estas canciones serán boyas, o más bien faros, que les recordarán cuando estaban creciendo, cuando se estaban formando, cuando hacían planes, amaban, reían o lloraban.

Qué caramba, ¿cuándo dejamos de crecer? En la radio, suena ahora "Vertigo".

Racismo, pero no sólo en el fútbol

El tema saltó a la palestra con la arenga de Luis Aragonés a Reyes, haciendo referencia a su compañero del Arsenal Thierry Henry (que no pienso reproducir ni jartito vodka) y está alcanzando cotas de rojo candente. ¿Pero ha sido desde tan aciagas palabras del sabio de hortaleza que se ha extendido la lacra en los estadios como el fuel por las costas gallegas? Se dirá que sólo reproducen los gritos simiescos una minoría, unos exaltados, los ultras de siempre. Sin embargo, hay otro hecho desde mi punto de vista más preocupante: diez personas insultan a unos jugadores por el color de su piel (y, de forma accesoria, por pertenecer al equipo contrario, al enemigo) y unas miles de personas callan y les dejan hacer.

No todo el mundo va al fútbol; el público en un estadio no es representativo de una sociedad, pero es una parte de ella, y su composición no ha de variar sustancialmente.

Tracemos paralelismos, paralelismos que encontraremos fácilmente en la calle: unos padres se quejan que no encuentran plaza de guardería para sus hijos. Cuando hace años se denunciaba el déficit de plazas en las ciudades y pueblos, ahora se culpa a las plazas ocupadas por hijos de inmigrantes y, de rebote, a las instituciones públicas por alentar la integración de los niños ya en las guarderías estableciendo unos cupos. Esto implicaría que los niños de recién venidos estarían ocupando la plaza que, por consiguiente, debería tener asignada la criatura de estos padres agraviados, ergo en algún momento, antes de que apareciese el "problema" de la inmigración, el otro, el de la carencia de plazas en preescolar, se debería haber solucionado, ¿verdad?

Hace poco escuché: "los subsaharianos son los que mejor trabajan, los que no dan problemas; los moros vienen de una cultura muy diferente de la nuestra, y no encajan, y tampoco quieren, en nuestra sociedad". Esa cultura, la misma que hace 500 años era el referente cultural del mundo desde Córdoba, y que recuperó para Occidente la filosofía griega. Nadie parece acordarse que, en situaciones de pobreza, la gente se aferra a lo último que le ofrece esperanza, la religión, y cuando se tiene hambre se puede llegar a matar. ¿A alguien le extraña que los extremismos aparezcan en situaciones de pobreza o de injusticia? ¿Nadie se acuerda de que, en este país, no hace mucho, pobre de solemnidad, gobernaba la iglesia -y aún...-? Pero desvarío. Concretemos: con semejante tópico se estigmatiza de un plumazo a un colectivo de lo más diverso, pues tanta diferencia hay entre la idiosincrasia libanesa, iraní, bosnia y argelina, como entre la española, sueca, croata y británica (y catalana si me apuráis ;)). Pero volviendo al principio, ¿quiénes hacen horas extras, trabaja los campos de sol a sol durmiendo en barracones, quién...? En fin, no creo que haga falta continuar.

Otras alarmas estúpidas que hacen sonar como campanas de bombero: que si los moros o los sudacas tienen muchos más hijos y van a "ocuparnos" (sic). Oigan, en la línea de las conspiraciones invasoras procedentes del espacio esterior: si antes las invasiones extraterrestres se tomaban como una metáfora de una hipotética invasión del otro lado del Telón de Acero, ahora parece que los alienígenas llegan en pateras, con las líneas maestras de su colonización grabadas a hierro en los tablones calafateados de la cubierta.

Se les asigna a estos nuevos conciudadanos, a los "otros" fácilmente identificables (por su acento, su color, su vestimenta, incluso su perfil de nariz), la encarnación de nuestros miedos y nuestras inseguridades en forma de amenazas que, a poco que se escarbe (aunque a veces sea difícil, pues no todo el mundo tiene al alcance los datos del crecimiento del PIB gracias a la mano de obra extranjera, por decir algo) se revelan carente de fundamento. Desde el miedo, o desde la rabia, que no es más que el miedo sumado a la impotencia, se abraza con ardor la ignorancia, omitiendo algunos hechos y exagerando otros (el de las guarderías es bastante ilustrativo). Y a todas las carencias, y son muchas, que tenemos en nuestra imperfecta sociedad del bienestar, se les asigna la cabeza de turco del inmigrante (siento el chiste fácil).

Pero lo peor del caso es que no mucha gente está por la labor de rebatir los argumentos falaces que, por ignorancia -la mayor parte de las veces- o por pura maldad, los que "no somos racistas, pero..." blanden en sus diatribas contra la "invasión".

Eso se conoce como complicidad.

Ahora volvamos a los terrenos de juego, y sumemos a los pocos que gritan los muchos que consienten los insultos.

¿Existe racismo en el fútbol? ¿Y en la sociedad?

En casita...

Hace un día húmedo, desapacible. Desde el despachito, el mercurio mancha las calles cercanas de amarillo, un poco más allá el puente que conduce a la carretera, y por encima una mancha casi negra, el perfil de los montes, sobre otra parduzca, el cielo nublado reflejando la contaminación lumínica.

Dentro se está más a gustito...

He incluido algunos links más, bajo el grupo Autores, que os recomiendo visitéis. Son tres de los autores más interesantes que he leído. Aunque hay muchos más, por supuesto.

A la espera de una ADSL baratita y que me permita no estar pendiente del reloj, grr...

Iconos

Feliz Año Nuevo :)

Se cumplieron mis deseos (también lo dejé fácil, para qué lo vamos a negar): mi Reina Maga me regaló el pack en DVD de la Trilogía Clásica de La Guerra de las Galaxias. Me encuentro en el camino luminoso de la Fuerza )

El DVD número 4 del pack incluye una serie de documentales sobre la concepción de la saga, así como de algunos de los aspectos más destacables. Con todo, el documental más extenso incide en algo que hace tiempo me viene haciendo run-run en la cabeza. Los iconos.

¿A qué me refiero? Evidentemente, no a los emoticonos que, si esta web permite, habréis visto hace dos párrafos (editando: no, no lo permite, así que he tenido que utilizar los dos puntos y el paréntesis), sino a aquellas imágenes que, instaladas en nuestra mente (la nuestra individual o la colectiva) representa conceptos muy íntimos, muy nuestros, o que nos generan diversas sensaciones: miedo atávico, la vida más allá de la muerte, el Bien o el Mal... Muchos de estos iconos han perdurado desde tiempos inmemoriales: Ulises y su Odisea, el Infierno de Dante, la cruz o el pez del cristianismo (las religiones son un auténtico almacén de símbolos).

Pero no soy ningún experto, ni pretendo rebuscar en el pasado: me interesan más los iconos que creamos hoy en día. El tándem Luke Skywalker/Darth Vader es un buen ejemplo de ello: el Bien y el Mal, pero basado en el estudio de la concepción de ambos en las mitologías oriental y occidental. Si por algo estas tres películas fascinan a generación tras generación no es por los efectos especiales (que un poco también), sino por la historia de los caminos, a veces paralelos, en que discurren ambos hasta la redención final de Vader (y el “Walk on the Wild Side” por el que camina Luke, Jedi pero consciente de sus flaquezas).

Pero nuestra iconografía está llena de iconos modernos: el monolito de 2001, el aventurero Indiana Jones (en busca del Arca de la Alianza, las piedras de ¿Shiva?, y el Santo Grial, ahí es nada, más símbolos imposible), Maria en Metrópolis, el Anillo Único… Mmm, a ver si va a ser por eso que la ciencia ficción y la fantasía son tan atractivas… Estamos renovando los mitos…

Como escritor amateur, muy amateur, me interesan estos iconos por lo que representan, pero me interesaría más seguir el camino inverso: hollar en el espíritu del ser humano para conseguir un icono, y no por el placer de forjarlo, sino porque un texto que toque aspectos tan fundamentales conseguirá, al menos, un par de consecuencias:

1. Que el texto esté vivo, que sea rico;
2. Que emocione y que perdure en la memoria.

Ambicioso, ¿verdad? No tanto: Cervantes creó el Quijote para burlarse de los libros de caballerías y para entretener (sí, sí: entretener) a la gente humilde y hoy en día es quizá la novela más importante de todos los tiempos. No quisiera llegar a tanto, pero me encantaría crear mi propio Darth Vader. ¡Ah, los villanos resultan tan atractivos…!

Otra vez sobre religiones

El artículo anterior, de hace ¡más de un mes!, expresaba mis razones, absolutamente personales en cuanto se fraguaron completamente en mi cabeza (y en mi corazón) para desligarme de cualquier militancia religiosa.

Al subirlo a la bitácora me quedó, sin embargo, una sensación incómoda, como de incompletitud. A pesar de que el análisis que efectuaba era sobre la religión institucionalizada, que casi siempre, y en sociedades como la nuestra es más patente, se estructura en base a una jerarquía rígida que gobierna unos órganos de influencia y control sobre los feligreses; y aunque no pretendía realizar un ataque al hecho (o sentimiento, si lo prefieren) religioso, consustancial al ser humano, me gustaría rematar la faena con algunas reflexiones al respecto.

Dejadme continuar dando un salto a un par de hechos que, aunque parezca que estoy rompiendo la lógica argumental, ejemplifican a la perfección lo que quisiera expresar.

El primero, el más reciente, fue el concierto que el grupo francocamerunés By The Gospel River realizaron en la parroquia de Sant Martí de mi ex pueblo Cerdanyola del Vallès como acto inaugural del último Festival de Blues de Cerdanyola. Un cuarteto que, armado con sus voces y una guitarra acústica, humildad y pasión (no tan sólo musical), consiguieron, entonando himnos religiosos en inglés, que el público se levantase, bailara, corease y acabase ovacionándolos durante un cuarto de hora. Invitaban a ello, no tan sólo por su tremenda convicción a la hora de interpretar; literalmente, nos invitaron a acercarnos y participar de su alegría (¡y cómo chispeaba en sus ojos!), y acabamos cerca de dos centenares de personas agolpados en el crucero de la iglesia. Yo también participé en la fiesta, sin complejo alguno. Porque, aunque en sus canciones y en sus testimonios hablasen de Dios, de cómo los había liberado, de cómo los hacía felices, y de cómo su vida cobraba una dimensión riquísima llevando esa felicidad al público, yo compartí y disfruté al unirme a ellos en su vivencia del hecho religioso; el hecho, que no las convicciones particulares. Lo mismo hubiese disfrutado con una danza en honor al dios hawaiano del mar y de la fertilidad; aunque, por referentes culturales, entienda mucho mejor el mensaje de ByThe Gospel River sobre un Dios que, dicen, llevó al pueblo de Israel a la Tierra Prometida (a la tierra del Muro de la Vergüenza y la Intifada).

Si dispusiese de una hipotética habilidad para convencer, si tuviera dotes políticas, no se me ocurriría jamás arrebatarles sus convicciones, por muy falsas que crea que son. En sus ojos se traslucía una felicidad sincera, y no sería yo quien, en aras del pragmatismo, les quitase uno de los puntales en que se basa esa felicidad.

El segundo tuvo lugar en la Semana Santa del 97. En aquella época estaba realizando un cursillo de informática en Madrid, previo a la entrada en la plantilla de ProfIT, cobrando en negro algo así como 70.000 pesetas (a lo que, eufemísticamente, le llamaban «beca»; algún otro día me despacharé con la retorcida lógica empresarial), y aproveché para ir por primera, y por ahora única, vez a la Semana Santa de Sevilla. Nuria vino a pasar el fin de semana del Domingo de Ramos a Madrid y, después, fuimos en autobús a la capital hispalense. Y fue una experiencia fascinante: la muchedumbre obliga a abrirse paso a codazos por las calles y plazas tan abarrotadas que no queda sitio siquiera para el aire que se respira, a gritar dentro de la cabeza para escuchar uno mismo sus pensamientos y, sin embargo, en el momento en que un paso asoma por la esquina, el bullicio se esfuma y el silencio más respetuoso e inquebrantable que os podáis imaginar, y no creo que os lo podáis imaginar si no lo habéis vivido, se impone en cientos, miles de personas, sevillanos y visitantes. Sencillamente sobrecogedor. Os preguntaréis de nuevo qué hacía un ateo en la Semana Santa sevillana, mítica por la devoción de los sevillanos; y respondo otra vez: es digno de verse, de sentir, palpar, admirar el fervor de la gente, a pesar de no compartir la forma: el fondo, el hecho religioso es inherente, es tan nuestro como la sangre o la razón, y aparece tan buen punto nos damos cuenta que lo único que no vamos a poder evitar en esta vida es su fin. Y todos, tarde o temprano, nos preguntamos qué hay más allá. Y nos angustiamos, por supuesto que sí. Pero, como comenté anteriormente, agarrarse a cualquier dogma no va a hacer el trago más fácil. Aunque sea más arduo, aun cuando nos consuele pensar en un paraíso en el que sólo creo cuando pierdo algún ser querido (para ellos, y para todos los que se van de este mundo, sí que me gustaría creer que existe), yo me atengo a lo que sabemos fehacientemente.
Y es que, del más allá, no sabemos nada.

Sobre la religión

¡Hala! Cuánto tiempo sin actualizar la bitácora. Por cierto, a los que están leyendo, muchas gracias por venir aquí y leer estos pedazos de cerebro :)

Hace unos días, un troll que acusó a Rafael Marín en su bitácora de ser ateo ocasionó que éste escribiese un artículo titulado Religión. En un primer momento pensé participar en el thread, pero tenía demasiadas cosas dando vueltas por la cabeza. Así que, si estás leyendo este artículo, igual es porque te pinchó la curiosidad y pinchaste el link que dejé en la bitácora de Rafa (bitácora, por cierto, altamente recomendable. Y es que Rafa es un muy buen escritor, pero su estilo es mucho más rico y sincero cuando se desnuda frente a sus lectores en los deliciosos artículos que cuelga en Crisei).

Rafa escribe en dicho artículo "Las religiones, para adentro y para cada uno. El proselitismo, para los fanáticos." Tuve la suerte, cuando cursé BUP, de escoger la asignatura de Religión (por aquella época aún creía en Dios, pero porque fui educado para ello) y tener de profesor a Àngel, anterior párroco de Cerdanyola que colgó los hábitos, se casó y tuvo una vida que parecía feliz. Nos enseñó Historia de la Religión, y he de decir que, entre sus muchos aciertos estuvo el de enseñarnos el pensamiento filosófico que impregna no sólo la religión católica, sino las grandes religiones de este mundo; allanándonos así el camino para la asignatura de Filosofía de 3.º y de COU. He de agradecerle que me preparase para, en contra de mis prejuicios, llegar a disfrutar de la Filosofía. Y a enseñarme a pensar.

Como decía, en aquella época creía en Dios. No cursé sólo el curso de catequismo necesario para la primera comunión, sino que continué hasta la confirmación. Las clases las impartía una diácona que vivía en Cerdanyola, en un piso que comprendía las cuatro puertas de la planta y que era un centro de acogida de huérfanos. Desde luego, no se puede negar la sinceridad con que nos instruía en las Escrituras... Pero no sirvió para convencerme.

¿Qué fue lo que me dudar de las creencias y decidirme por el ateísmo? (Sí, sí, negar la existencia de Dios). Paso a explicarlo, pero por favor, tened en cuenta que aquí estoy reflejando mi pensamiento íntimo: no pretendo convencer a ningún lector que mi opinión es la correcta (aunque a mí me lo parezca, claro).

En el curso de religión aprendimos lo que es el hecho religioso: resumiendo, la necesidad del ser humano de tener unas referencias para andar por la vida. La angustia de la muerte, tarde o temprano, nos hace cuestionarnos por el sentido de la vida. Esa angustia clama por una tabla de salvación, y en esa búsqueda la razón acaba por ser incluso molesta.

La necesidad de hallar una respuesta al sentido de la vida (o de la muerte, o de ambas), y por extensión del funcionamiento de la Naturaleza dio pie a compartir los temores, las ideas y las explicaciones (no necesariamente racionales) y, en su colectivización, dio origen a la extensión natural del hecho religioso: las religiones.

Evidentemente, cientos, miles de colectivos humanos dieron pie a cientos, miles de religiones diferentes. Las monoteístas son las dominantes hoy en día, pero digamos que fueron minoría en la antigüedad... Independientemente, ¿cuál de ellas se acerca más a la verdad? Bien, esta pregunta me parece completamente fuera de lugar. Estudiando la aparición de tantas religiones, ¿cómo se puede pensar que una, sólo una, es correcta? Y si hay más de una correcta, ¿no es eso una contradicción?

Pero volvamos a la formación católica que recibí. El catolicismo se basa en unos dogmas de fe, cimientos de la estructura de esta religión. Durante mi infancia los acaté (no iba a dudar de unos padres y unos profesores que hacía más sabios que yo). Pero llegué a la adolescencia, mi vocación era eminentemente científica, y en aquel momento decidí que mi mundo no podía estar impuesto desde fuera: para estar cómodo, debía convivir con mi concepción del mundo. Esto me llevó a cuestionármelo todo. Y claro, las creencias religiosas (algo tan íntimo, tan de uno mismo, pero que siempre ha sido dirigido desde los púlpitos, algo que me rechinaba) tenían que pasar el test. Y si a la pregunta clave:
-¿Existe Dios?
te responden:
-Has de tener fe en Dios
uno se queda a cuadros. Tu planteas un problema, y el problema es la misma solución. Dios existe porque has de creer en Dios. Si no crees en Dios, serás castigado o no obtendrás la vida eterna.

Vaya, ¿tiene validez un sistema de creencias que incluye la obligación a aceptar esas creencias como base y fundamento de las mismas? Ya me disculparéis, pero eso suena a justificación. A trampa. Te impongo una creencia porque tienes miedo a morir, y como en la estructura íntima de la creencia hay un resorte para que no salgas de ella, ya te tengo atrapado.

Dudar, en una palabra, es pecado. Saber, que és el resultado a contestar una pregunta, por tanto también es pecado. Me niego a ser ignorante.

Y si, partiendo de ese dogma, se crea una institución que gobierna el sentimiento tan íntimo de cada uno de nosotros con el objetivo declarado de hacer al ser humano más feliz, pero que por el camino obtiene una cuota de poder, gobierna guerras, anatemiza a diestro y siniestro (que si la homosexualidad, las herejías, el comunismo, y un tan largo etcétera) y se lucra, pues no señor, ése no es mi barco y yo me bajo aquí.

Pues eso, yo prefiero ser coherente. No hay nada en este mundo nuestro que me lleve a pensar en una vida eterna. Así que aprovecharé el tiempo que esté aquí para ser una buena persona (por otra parte, como decía Asimov, los diez mandamientos no dejan de ser un decálogo de la persona buena; no todo va a ser negativo en la religión), escribir como un poseso y dejar un mundo limpito y decente para mis descendencias.

Al fin y al cabo, quien busca la inmortalidad es el gen humano, ¿no?