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El eterno aprendiz de Sentmenat

Racismo, pero no sólo en el fútbol

El tema saltó a la palestra con la arenga de Luis Aragonés a Reyes, haciendo referencia a su compañero del Arsenal Thierry Henry (que no pienso reproducir ni jartito vodka) y está alcanzando cotas de rojo candente. ¿Pero ha sido desde tan aciagas palabras del sabio de hortaleza que se ha extendido la lacra en los estadios como el fuel por las costas gallegas? Se dirá que sólo reproducen los gritos simiescos una minoría, unos exaltados, los ultras de siempre. Sin embargo, hay otro hecho desde mi punto de vista más preocupante: diez personas insultan a unos jugadores por el color de su piel (y, de forma accesoria, por pertenecer al equipo contrario, al enemigo) y unas miles de personas callan y les dejan hacer.

No todo el mundo va al fútbol; el público en un estadio no es representativo de una sociedad, pero es una parte de ella, y su composición no ha de variar sustancialmente.

Tracemos paralelismos, paralelismos que encontraremos fácilmente en la calle: unos padres se quejan que no encuentran plaza de guardería para sus hijos. Cuando hace años se denunciaba el déficit de plazas en las ciudades y pueblos, ahora se culpa a las plazas ocupadas por hijos de inmigrantes y, de rebote, a las instituciones públicas por alentar la integración de los niños ya en las guarderías estableciendo unos cupos. Esto implicaría que los niños de recién venidos estarían ocupando la plaza que, por consiguiente, debería tener asignada la criatura de estos padres agraviados, ergo en algún momento, antes de que apareciese el "problema" de la inmigración, el otro, el de la carencia de plazas en preescolar, se debería haber solucionado, ¿verdad?

Hace poco escuché: "los subsaharianos son los que mejor trabajan, los que no dan problemas; los moros vienen de una cultura muy diferente de la nuestra, y no encajan, y tampoco quieren, en nuestra sociedad". Esa cultura, la misma que hace 500 años era el referente cultural del mundo desde Córdoba, y que recuperó para Occidente la filosofía griega. Nadie parece acordarse que, en situaciones de pobreza, la gente se aferra a lo último que le ofrece esperanza, la religión, y cuando se tiene hambre se puede llegar a matar. ¿A alguien le extraña que los extremismos aparezcan en situaciones de pobreza o de injusticia? ¿Nadie se acuerda de que, en este país, no hace mucho, pobre de solemnidad, gobernaba la iglesia -y aún...-? Pero desvarío. Concretemos: con semejante tópico se estigmatiza de un plumazo a un colectivo de lo más diverso, pues tanta diferencia hay entre la idiosincrasia libanesa, iraní, bosnia y argelina, como entre la española, sueca, croata y británica (y catalana si me apuráis ;)). Pero volviendo al principio, ¿quiénes hacen horas extras, trabaja los campos de sol a sol durmiendo en barracones, quién...? En fin, no creo que haga falta continuar.

Otras alarmas estúpidas que hacen sonar como campanas de bombero: que si los moros o los sudacas tienen muchos más hijos y van a "ocuparnos" (sic). Oigan, en la línea de las conspiraciones invasoras procedentes del espacio esterior: si antes las invasiones extraterrestres se tomaban como una metáfora de una hipotética invasión del otro lado del Telón de Acero, ahora parece que los alienígenas llegan en pateras, con las líneas maestras de su colonización grabadas a hierro en los tablones calafateados de la cubierta.

Se les asigna a estos nuevos conciudadanos, a los "otros" fácilmente identificables (por su acento, su color, su vestimenta, incluso su perfil de nariz), la encarnación de nuestros miedos y nuestras inseguridades en forma de amenazas que, a poco que se escarbe (aunque a veces sea difícil, pues no todo el mundo tiene al alcance los datos del crecimiento del PIB gracias a la mano de obra extranjera, por decir algo) se revelan carente de fundamento. Desde el miedo, o desde la rabia, que no es más que el miedo sumado a la impotencia, se abraza con ardor la ignorancia, omitiendo algunos hechos y exagerando otros (el de las guarderías es bastante ilustrativo). Y a todas las carencias, y son muchas, que tenemos en nuestra imperfecta sociedad del bienestar, se les asigna la cabeza de turco del inmigrante (siento el chiste fácil).

Pero lo peor del caso es que no mucha gente está por la labor de rebatir los argumentos falaces que, por ignorancia -la mayor parte de las veces- o por pura maldad, los que "no somos racistas, pero..." blanden en sus diatribas contra la "invasión".

Eso se conoce como complicidad.

Ahora volvamos a los terrenos de juego, y sumemos a los pocos que gritan los muchos que consienten los insultos.

¿Existe racismo en el fútbol? ¿Y en la sociedad?

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