(Últimos) Momentos de privacidad
Otro atasco en la Meridiana. Podría ser por el uso masivo del vehículo privado para llevar a los niños al cole, por las protestas de los agricultores ante la subida del gasoil o porque los conductores se paran a ver un accidente.
El motivo ha sido este último.
A la altura del Heron City había una ambulancia, dos camilleros, una camilla y alguien tendido en el suelo. Hombre o mujer; vivo, fallecido o agonizando; un camión lleno de armazones para el hormigón y, más adelante, un Ibiza rojo con un gran bollo en el frontal. No he visto nada más: he cerrado los ojos. Me cuesta mucho ver este tipo de espectáculos, pues en eso se convierte a la mirada de todos aquellos que lo observan sin intervenir en auxilio del herido. Debo haber sido el único en el autobús que ha cerrado los ojos o a desviado su atención: mientras echaba los párpados, he visto cómo casi todo el pasaje giraba la cabeza hacia el siniestro y lo miraba con atención, incluso después de que el autobús hubiese rebasado el lugar.
Desde que tengo uso de razón creo que los últimos instantes de vida deben ser íntimos, privados; y me sentiría como un intruso si violase esos últimos minutos con una mirada a la persona tendida sobre el asfalto. Si mi ayuda es necesaria me tendréis ahí, haciendo lo que sea para salvar la vida, pero la puñetera manía morbosa de intentar aprehender hasta el último detalle de un accidente (poniendo en peligro, por otra parte, al resto de conductores si el voyeur está tras el volante) raya la pornografía (la violenta).
Claro, también soy de los que piensa que un velatorio o un entierro, en esencia, no son más que la celebración de no ha sido a nosotros a quienes le ha tocado. Por supuesto, esa celebración no se hace a nivel conscientes (aunque hay gente rara por el mundo); y, contradiciéndome con lo que acabo de decir, hay mucho del temor atávico a la muerte que ha impregnado los ritos de la humanidad desde el principio de los tiempos. Pero esa sensación se acentúa cuando ves a esos "intrusos" que se cuelan en oficios reservados a familiares y amigos. El ejemplo más pantomímico lo tenemos en la "información" sobre la muerte de Carmina Ordóñez. O los atascos en la autopista porque en la calzada de enfrente varios jóvenes acaban de reventarse los sesos contra las valles de protección.
Aunque no creo que me hagan caso, a mis familiares les he repetido que, cuando me llegue la hora, que aprovechen de mi cuerpo lo que sea aprovechable, me incineren y ¡hala! a la basura (o, mejor, a una planta de reciclaje; hay que ser coherente con uno mismo incluso en esos momentos). Que, después, el negocio en torno a los últimos sacramentos ya me parece lo más rastrero.
En fin, para no olvidar que también hay muertos que no interesan, visitad esta página. (fuente: www.simbionte.org)
El motivo ha sido este último.
A la altura del Heron City había una ambulancia, dos camilleros, una camilla y alguien tendido en el suelo. Hombre o mujer; vivo, fallecido o agonizando; un camión lleno de armazones para el hormigón y, más adelante, un Ibiza rojo con un gran bollo en el frontal. No he visto nada más: he cerrado los ojos. Me cuesta mucho ver este tipo de espectáculos, pues en eso se convierte a la mirada de todos aquellos que lo observan sin intervenir en auxilio del herido. Debo haber sido el único en el autobús que ha cerrado los ojos o a desviado su atención: mientras echaba los párpados, he visto cómo casi todo el pasaje giraba la cabeza hacia el siniestro y lo miraba con atención, incluso después de que el autobús hubiese rebasado el lugar.
Desde que tengo uso de razón creo que los últimos instantes de vida deben ser íntimos, privados; y me sentiría como un intruso si violase esos últimos minutos con una mirada a la persona tendida sobre el asfalto. Si mi ayuda es necesaria me tendréis ahí, haciendo lo que sea para salvar la vida, pero la puñetera manía morbosa de intentar aprehender hasta el último detalle de un accidente (poniendo en peligro, por otra parte, al resto de conductores si el voyeur está tras el volante) raya la pornografía (la violenta).
Claro, también soy de los que piensa que un velatorio o un entierro, en esencia, no son más que la celebración de no ha sido a nosotros a quienes le ha tocado. Por supuesto, esa celebración no se hace a nivel conscientes (aunque hay gente rara por el mundo); y, contradiciéndome con lo que acabo de decir, hay mucho del temor atávico a la muerte que ha impregnado los ritos de la humanidad desde el principio de los tiempos. Pero esa sensación se acentúa cuando ves a esos "intrusos" que se cuelan en oficios reservados a familiares y amigos. El ejemplo más pantomímico lo tenemos en la "información" sobre la muerte de Carmina Ordóñez. O los atascos en la autopista porque en la calzada de enfrente varios jóvenes acaban de reventarse los sesos contra las valles de protección.
Aunque no creo que me hagan caso, a mis familiares les he repetido que, cuando me llegue la hora, que aprovechen de mi cuerpo lo que sea aprovechable, me incineren y ¡hala! a la basura (o, mejor, a una planta de reciclaje; hay que ser coherente con uno mismo incluso en esos momentos). Que, después, el negocio en torno a los últimos sacramentos ya me parece lo más rastrero.
En fin, para no olvidar que también hay muertos que no interesan, visitad esta página. (fuente: www.simbionte.org)
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